Desde
siempre me gustaron las historias que hablaban de seres sobrenaturales, fuera
de lo común, pertenecieran al mundo terrenal o al celestial. De una manera casi
premonitoria me acerqué al mundo espiritual desde una edad muy temprana. Me
atraía todo aquello que estuviera fuera del alcance de los sentidos. Mis pabellones
auditivos parecían agrandarse cuando alguien se ponía a contar una de esas leyendas urbanas que aún hoy en día
circulan por todo tipo de lugares del mundo. Imagino que es algo innato del ser
humano, me refiero a la curiosidad, al deseo de conocer más allá del entorno que
te rodea.
Pasé
toda mi infancia en un pueblo de unos veinte mil habitantes. No es que fuera un
pueblo pequeño pero sí bastante tradicional y a veces también aburrido.
Cualquier novedad era un deleite para mi mundo de fantasía.
Llegó
al Instituto de Secundaria un profesor fuera de lo común. Impartía las clases
con una metodología algo peculiar. Tanto era así, que en una ocasión nos hizo
salir a la parte exterior del centro escolar y nos puso delante de una planta. El
número de alumnos era bastante reducido ya que era una clase nocturna así que
nos pusimos en círculo alrededor de ella mientras José María, que así se
llamaba el profesor, comenzaba a relatar su historia…
Aquella
planta que tantas veces había visto y nunca me había percatado de ella se llamaba
Mandrágora. José María nos contó que
era la planta predilecta de las brujas. La utilizaban como alucinógeno.
Danzaban desnudas encima de sus hojas y
les hacía imaginar que volaban, de ahí seguramente provenía el mito de la bruja
que vuela encima de su escoba. En ese estado de éxtasis practicaban sexo con el
ellas llamaban “El Carnero”, un
hombre bien dotado que era utilizado para su satisfacción sexual. El semen de
este hombre al caer servía de semilla para que germinara una nueva mandrágora,
es por ello que sus raíces simulan a la figura humana cuando crecían. Según la
leyenda eran fetos que no llegaban a nacer.
Aquella
zona en la que nos encontrábamos, encima de un cerro, seguramente había sido un
aquelarre de brujas en tiempos ancestrales pues estaba poblada de mandrágoras, que crecían de
forma silvestre.
También
nos dijo que la mandrágora era altamente tóxica. Tocar sus raíces sin la
protección adecuada podía provocar la muerte de la persona que la manipulaba.
Esta
historia contada en aquel cerro, con el aquel frío invernal y con la luna de
fondo que nos iluminaba desde el cielo, hizo que se incrustara en mi memoria para
poderla contar muchos años después en este blog que escribo y que ahora estás
leyendo.
En
otro post contaré sus propiedades, hoy quería contarte una de sus leyendas. Espero que
te haya gustado.
Si
deseas ponerte en contacto conmigo, hazlo en diariobrujablanca@gmail.com
Un
abrazo.
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